martes, 13 de abril de 2010

PINA EN MI VIDA


Con el divorcio de mis padres, hace más de 15 años , creo que no sólo se generaron cambios para ellos como pareja, sino también salpicaron cambios para nosotros los hijos ; claro, esto que menciono no es ninguna novedad ; muchísimas personas han vivido esta distorsión en sus vidas : como hijos no elegimos esta suerte, sólo nos toca acatar .


Este doloroso cambio no sólo incluyó el estado civil de mis padres; sino también a los tres de cuatro que quedamos, nos tocó ir a una casa que estuvo olvidada por años, propiedad de mi madre; una casa más inconclusa que aceptable; tétrica.


Faltaba mucho aún para tener el confort necesario, había mucho que hacer, y éramos solo mi madre, mi hermano de 6 años y yo de 14. En medio de esa revolución que significaba vivir en ese caserón, se desarrolló más mi sentido de soledad, y el ensimismarme era bastante cotidiano.


Recuerdo mi muletilla de entonces: “No me interesa hablar”; y así era a donde fuera que vaya, de una conducta seca, fría, anodina; vivía imperturbable, incapaz de llorar o sonreír; era una persona “tranquila”, metida en mi burbuja aislante. Claro, mucho no me quedaba por hacer, con mi madre ausente trabajando por las tardes como docente, y con nosotros solos todo el resto del día, nos dedicábamos a las tareas del colegio. Ella llegaba por las noches, estresada, agotada, y no había mucho de qué hablar. La comunicación se daba solo por las tareas que nos revisaba, ya que debíamos ser los buenos alumnos que fuimos en toda nuestra época estudiantil.


Pasaron los años, la casa se volvía más acogedora gracias a los esfuerzos incansables de mamá, nosotros seguimos siendo los chicos de los primeros lugares en aprovechamiento; esto incluía las “vacaciones útiles” para ir bien preparados para el año que nos tocaba en la escuela y ser los alumnos estrellita que acostumbrábamos.


Fue precisamente en uno de esto meses de verano que ella llegó a nuestras vidas… su llegada no pudo ser menos triunfal: recuerdo aún el día… ya era tarde y mi hermano hacía horas que debió aparecer en casa. Cuando finalmente llegó, traía una cara de susto tremenda, y escondiendo algo a sus espaldas. Mamá le preguntó que era lo que traía en la mano; viendo que no podía esconder más ese bulto negro, lo puso en el piso: una perrita pequeña, negra salvo pecho y pezuñas, tremendos ojos café muy desconfiados, no muy bonita, y seguramente sin pedigrí la pobre.


Mamá contrariada: Pero Martín, sabes que no tenemos tiempo para responsabilizarnos por un perro, no puedes traer uno… no, definitivamente no… ¿para qué te metes a traer un perro sin preguntar si puedes o no?
Primera impresión de hermana mayor: Parece un gato, que rara se ve…


Habían hablado las mujeres de la casa; pobre mi hermano, estaban sentenciando al destierro a ese animalito apadrinado por él; pero sólo unas palabras, una breve frase de un niño de 9 años fue suficiente para traspasar cualquier filtro que pudimos haber interpuesto: “es que no tiene mamá”; y se puso a llorar. Con esas palabras haciendo una petición infantil, la perrita tuvo pasaporte para quedarse a nuestro lado por casi 16 años.


Lo que supe de ella y sus orígenes es confuso… una perra callejera preñada tuvo sus cachorros cerca del colegio de mi hermano, y los niños encantados por la novedad, se fueron llevando a los machos y más lindos, dejando a la menos guapa al final.


Ella, la que parecía un híbrido de chihuahua, se fue metiendo en nuestras vidas de un modo tan dulce, que ahora que la recuerdo y escribo estas líneas, me da una melancolía muy honda no tenerla más a nuestro lado.


Lamento tu partida y se me conmueve el corazón al recordarte.


Pina, querida y amorosa. Viviste por años siendo testigo de nuestra vida cotidiana y viste mi tránsito de adolescente a adulta. Compañera fiel, amorosa, saltarina, cariñosa como ninguna y feroz guardiana. Tus enormes ojos café hablaban por tí, eran tan expresivos y gentiles; y mi madre te tuvo en su regazo por muchas horas haciéndote mimos que correspondías feliz. Eras parte inherente en nuestra existencia. Recuerdo que te poníamos adornitos para que estés más bonita. Fuiste muy lista siempre y compensabas con tu vivacidad tu pequeño tamaño.


Tus patitas suaves tocaban mis pies cuando pasé horas pegada a los libros. Sí estuve interesada en hablar contigo; reí mucho, fuiste un ser incondicional. Prontamente te ganaste mi afecto, y te lo brindé todo el tiempo que estuviste en este mundo. Parecías agradecida todo el tiempo por haberte dado esa vida en el caserón y no un futuro incierto que parecía estar sobre tu cabeza…


Ya en mis épocas universitarias, cuando mis compañeros iban a buscarme, se asustaban porque creían que había un “doberman” tras la puerta. La razón: la pequeña saltaba tanto mientras ladraba en tono feroz y chocaba contra la puerta tantas veces, que llegaba a retumbar. Cuando te veían hasta se avergonzaban, casi decían al unísono: “ ¿Ella es?. Ni cuando me convertí en mamá nos olvidamos, y a mi pequeña hija le dabas el cariño que me diste a mí, mi Valeria te perseguía para que te sentaras a su lado y contarte sus historias. Tú te dejabas querer por mi pequeña y eso me hizo quererte mucho más. Me conociste genuinamente. Contigo era yo.


Pina estuvo con nosotros en alegrías y tristeza.


Pasó el tiempo y poco a poco fuiste cambiando; ya no eras saltarina ni tan ágil y encanecías copiosamente, eras más lenta y pesada, pero tus ojazos seguían vivaces a pesar del tiempo implacable. Parecías ser la misma de siempre, seguías alegre, cariñosa y guardiana. Nadie sabía que tenías ese maldito cáncer que te consumía por dentro, y muy tarde nos dimos cuenta. Demasiado tarde. Sólo un par de veces te quejaste y tu quejido fue tan desgarrador que dolía escucharlo. Maldito tumor; tan despiadado que cuando te lo detectaron, fue clara señal de tu sentencia. Las esperanzas se desvanecieron cuando nos dimos cuenta que de nada sirvió la operación ni nuestros cuidados. Esa terrible enfermedad había anidado en tí tan groseramente que había hecho metástasis. Era irreversible. Ibas a sufrir más si nosotros persistíamos en tenerte a nuestro lado. Aparecían más tumores en tu pequeño cuerpo y te quejabas más; lamento mucho todo lo que te pudo haber dolido.


Pequeña: realmente fuiste valiente al soportar todo ese calvario. Pero, pero, no podíamos ver que sigas sufriendo hasta el final. Era demasiado tu dolor. Mi madre se resistía a lo que parecía ser mejor para tí…la entiendo, fuiste su fiel compañera cuando ella se quedaba sola en casa. Mi hermano y yo queríamos que no sufrieras más. Lamento haber decidido tu suerte, pero ahora que me atrevo a escribir estas líneas, creo que fue lo mejor, pues te quedaste dormidita, no hubo dolor ni quejas , no supiste lo que pasó, simplemente dormiste. Fue más digno que verte gimiendo dolorosamente hasta el final.


Fuiste nuestra querida mascota por casi 16 años y queríamos que sufras lo menos posible. Te quisimos y queremos mucho tu recuerdo, persistes en nuestra mente y NUNCA olvidaremos esa presencia saltarina en parte importante de nuestras vidas.


Estas líneas las dedico a la memoria de mi quería mascota : PINA.



Pd: encontré una vieja foto donde salgo con mi querida negrita, no importa q sea terriblemente desfavorecedora para mí XD --- grrr q cachetesss , pero sólo quiero tener un recuerdo latente d ella; es lo único que cuenta y me interesa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

conmovedor amiga te felicito, entiendo tus sentimientos con pina, ojala q camila y valentina me acompañen tantos años como tu Pina, realmente estoy contigo en tu dolor y lo bueno es que esta descansado..

pablo dijo...

feliz historia t duro final, harían falta más personas que dieran el cariño de los animales para hacernos a tpdos un poquito mejores

Anónimo dijo...

Amia que tierno relato sobre tu mascota, te comento que no pare de llorar cuando leí lo que dijo tu hermano para que Pina se quede en tu hogar...es que ella no tiene mamá...heromosos recuerdos a una amiga super fiel :)
tu amia Sugey